jueves, 25 de febrero de 2010

ir subiendo... ir bajando...


Pasos cortos, firmes y lentos… de lo contrario es aterrizaje forzado. Desde abajo se ve una proyección de un sendero potencialmente accesible. Los primeros 25 minutos hacia arriba son realmente perversos, pero de alguna manera ese pensamiento te tranquiliza porque creerás que tu cuerpo se acostumbrará a estar permanentemente subiendo y disminuirá la sensación de cansancio, pero la verdad es otra. Sucede que al primer descanso tomas aire para oxigenarte lo más posible, te quitas la chaqueta y notas que has transpirado tanto que tu ropa que cubre la piel está completamente mojada. El viento comienza a secarla, sientes calor por el ejercicio pero demoras poco en sentir que el frío se apodera de ti. Continúas tu camino peor de cansado, pero firme y seguro, evalúas las condiciones de tus compañeros de ruta y percibes que a uno de ellos le toma cierta dificultad seguir el ritmo. Decides alentarle para que siga y que aprenda a disfrutar de la actividad. Varios metros más arriba cuando la pendiente es más abrupta el caminante en problemas ya no puede más, ha entrado en shock psicológico, se niega a seguir subiendo y comienza a llorar. Se cuestiona todo, afirma una y otra vez lo incapacitado que se siente para seguir y deja al resto del equipo tremendamente preocupado y algo enrabiado. Insistiendo en guarecerse en la mitad de la nada, con una pendiente fuerte y suelo inestable, no nos dejó otra alternativa. Le amarramos con una cuerda sujeta a uno de los compañeros de ruta más resistente. Aún nos quedaban alrededor de 300 mts. para llegar a la cumbre y nos armamos de valor y buena voluntad para convencerla que no pasaría nada si damos cada paso en el lugar menos riesgoso. La verdad, ninguno de nosotros fue capaz de mirar hacia abajo incluso hacia el frente. Era tremendamente vertiginoso el camino, no existiendo terreno plano para pisar, los bastones se transformaron en extremidades, todos cual cabras de cerro, esta vez todos amarrados para mayor seguridad. Despacio, mirando el suelo y esperanzados en que cada vez quedaba menos distancia hasta el cráter del volcán, después de 5 horas lomas arriba llegamos a una piscina de hielo, todo blanco y frío. Era un cráter imperfecto en las orillas, algo ovalado y bastante extenso. De cruzarlo ni hablar, me daba miedo… se notaban eso si algunas huellas de pisadas de otros visitantes que habían subido por el otro lado del volcán y se habían retirado por lo menos una hora antes. Puedo decirlo con tal precisión porque mientras estábamos abajo vimos como quien ve espejismos unas siluetas parecidas a humanos, en efecto eran personas que nos observaban mientras caminábamos. Una vez en este cráter, llegó la hora de comer. El menú durante el trayecto no superó un par de galletas, barritas de cereal y los coyak que más estorbaban de lo que ayudaban. Al tener las manos ocupadas con los bastones, el dulcecito en la boca impide el paso del aire, no fue buena decisión, aunque estaba bien rico. En media hora comimos lo que pudimos tragar, el frío no me dejaba abrir ni el chocolate, tenía mis manos congeladas y tiesas. Los oídos parecían embudos “tragaviento”, las piernas tiritonas por el ejercicio y lo que más aniquilaba era el presentimiento de caer en la posibilidad de no poder bajar. Al mirar hacia abajo no veías ni el camino. Los minutos avanzaban y de pronto llegó la hora de partir, eran ya las 5 de la tarde y debíamos estar abajo antes del anochecer. Comenzó el trayecto de regreso y no fue tan sencillo. Usando la misma técnica que aplicamos para subir, despacito y mirando el suelo, los bastones hacían un trabajo similar al de los ski, guiando y frenando. Nuestro compañero asustado más que antes, bajaba cada vez más lento y 2 amigos decidieron transformarse en piedra para que pudiera bajar. Es esa actitud incorrecta la que nos perjudicó “no me muevo si no me afirman”… creo que no lo olvidaré para la próxima vez que suba, preguntaré al equipo: “¿hay alguien que necesita ser afirmado todo el rato mientras sube o baja?” si aparece una respuesta parecida a un SI, entonces le diré que lo lamento muchísimo y que no podrá asistir. No es egoísmo, esa actitud estresó al resto del equipo y me declaro culpable de haber motivado a gente que finalmente no disfrutó nada. Siempre hay que estar preparado para traer a alguien de regreso sobre los brazos si es necesario, pero sólo en caso de accidente o demasiada fatiga, pero por estrés no… tomaré los resguardos pertinentes para la próxima vez. A pesar de todo, lo pasé bien, me divertí y de vez en cuando con terror miré a mi alrededor y presencié la majestuosidad de la cordillera, el aire limpio, el sol intenso que dejaba ver una amplia superficie del sur de Chile, otros volcanes que sobresalían invitándote a conocerlos. Decir lo dichosos y afortunados que somos al tener la oportunidad de estar ahí y ver lo que muchos no pueden. Lo volvería a hacer, una y todas las veces que quiera.

4 comentarios:

hipoceronte dijo...

Podríamos decir entonces que eres ... una trepadora?

Ta bueno el relato. Que bueno que aprendiste que cuando uno está entusiasmado no implica que otros lo estén. La montaña te dio una lección, igual que a Buchi.

Yiya dijo...

Jajajajaa si Luchito... así es...

Anónimo dijo...

que injusto que trates así públicamente a alguien que tu misma arrástraste; decencia?

Yiya dijo...

Que mala onda... no fue con intenciones hostiles... na que ver...