martes, 29 de enero de 2008

La Guerra del Ártico


El 2 de agosto, una pareja de legisladores moscovitas en un pequeño sumergible, depositaron una bandera rusa en el fondo marino a dos millas de profundidad bajo el casquete polar, apoyando así el reclamo ruso por cerca de la mitad del suelo del Océano Ártico. No se trató de una bandera cualquiera, sino de una cuyo mástil se elaboró en titanio, un metal incorruptible.

El Ártico es un territorio en disputa, en proceso de regulación. No es de nadie, pero tampoco son aguas internacionales. Durante la guerra fría hubo gran interés, porque era una plataforma magnífica para lanzar misiles entre EE UU y la URSS, pero acordaron dejar el problema congelado. Ahora resurge por la proximidad de 2009, cuando comienzan las reclamaciones sobre nuevas aguas territoriales y porque ningún país puede presentarse ante su opinión pública sin reclamarlo.

EE UU firmará la ley del mar 25 años después para poder reclamar las aguas en disputa...

Mientras la humanidad mira preocupada hacía el Ártico y teme porque el calentamiento global y los cambios climáticos acaben con sus hielos eternos y modifiquen el clima del planeta causando un daño irreparable, los más líderes de los países más poderosos y avanzados, los mismos que debieran impedir que semejante catástrofe ocurriera, sólo ven petróleo, gas y diamantes.

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